domingo, 19 de septiembre de 2010

Histórica visita de un Papa a Inglaterra


Cuando en 1509 el rey Enrique VIII de Inglaterra se casó con Catalina de Aragón, nadie se podría imaginar en Roma las consecuencias que tendría este matrimonio. En realidad, la voluntad del rey de disolver dicho enlace. Aunque ya antes, desde algunos concilios celebrados en la Alta Edad Media, la Iglesia en Inglaterra había mostrado cierta autonomía respecto a Roma, no había ninguna duda a cerca de su obediencia y acatamiento a la autoridad papal.

La cuestión principal que explica la creación de la Iglesia Anglicana y su separación de la Iglesia Católica Apostólica Romana reside en elementos únicamente políticos. Sí que hubo antecedentes en la reforma protestante en Inglaterra, como el movimiento Lolardo, pero nada se hubiera conseguido sin el apoyo Real.

En la Inglaterra del siglo XVI no estaba bien visto una sucesión a la corona con una heredera mujer, de manera que Enrique VIII, se apresuró en tener descendencia masculina. Su primera mujer, Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos), sólo le había dado una hija, la princesa María. Cuando se confirmó que, tras siete embarazos, Catalina no podría tener más hijos, Enrique VIII inció maniobras dirigidas a disolver su matrimonio. Como previamente Catalina había estado casada con Arturo, príncipe de Gales, quien teóricamente murió sin haber consumado el matrimonio, se pudo conseguir del Papa una dispensa para que el enlace con Enrique VIII pudiera celebrarse. De este modo, estas maniobras para disolver el matrimonio con Catalina consistieron, en un primer momento, en tratar de encontrar la nulidad a aquella dispensa papal. Si el permiso del Papa para autorizar el matrimonio entre Enrique y Catalina se basaba en falsedades, se anularía el enlace automáticamente. Sin embargo, nada irregular se pudo demostrar al respecto. Además, el Papa Clemente VII no parecía muy receptivo a la hora de aceptar nada que fuera en contra de los intereses de Catalina de Aragón, tía del Emperador Carlos V.

Ninguno de los representantes del Rey en esta cuestión consiguió ningún avance significativo, por lo que fueron siendo apartados de sus puestos, y no de manera muy amable precisamente. Los nuevos nombramientos recayeron sobre Tomás Moro, Thomas Cromwell y Thomas Cranmer que tenían el encargo de anteponer los intereses del Rey a los del Papa. Así, en enero de 1533 Enrique VIII se casó con Ana Bolena y en mayo del mismo año se declaró nulo el matrimonio con Catalina de Aragón. Esto constituyó todo un terremoto político ya que la princesa María (hija de Enrique y Catalina) fue rebajada a hija ilegítima, siendo reemplazada como posible heredera por la nueva hija de Ana, la Princesa Isabel. Catalina perdió el título de Reina, y se convirtió en la Princesa viuda de Gales (por su anterior marido, Arturo). El hecho de que Enrique actuara por su cuenta en su nuevo matrimonio sin esperar a que la Iglesia de Roma lo autorizara, significaba de desobediencia al Papa y, por tanto, la separación de la Iglesia de Inglaterra respecto a la Católica.

Hay que tener en cuenta que ya en 1530, sólo tres años antes, el emperador Carlos V había convocado la Dieta de Augsburgo para tratar de conseguir que los luteranos y los católicos se pusieran de acuerdo para aceptar una doctrina cristiana común que superase la división religiosa. De esta manera Enrique VIII, independientemente de sus convicciones religiosas y sus deseos de reforma, conseguía sobre todo actuar políticamente según sus intereses sin que Roma pudiera interferir.

En este torbellino de cambios, uno de los principales consejeros del Rey, Tomás Moro, aceptó el cambio de heredera pero no se manifestó a cerca del alejamiento de la Iglesia Católica. Cuando se le exigió que se manifestase, Tomás Moro no lo hizo, siendo su silencio muestra de su obediencia a Roma. Fue ejecutado por alta traición el 6 de julio de 1535. El Papa excomulgó a Enrique VIII en julio de 1533. Mientras tanto, el Parlamento aprobó varias leyes que sellaron la brecha con Roma: la Ley de restricción de apelaciones (que prohibió las apelaciones de las cortes eclesiásticas al Papa); se impidió que la Iglesia decretara cualquier tipo de regulación sin previo consentimiento del Rey; la Ley de designaciones eclesiásticas (decretó que los clérigos elegidos para obispos debían ser nominados por el soberano); la Ley de Supremacía del mismo año (donde se declaraba que el Rey es la única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra); y la Ley de traiciones (convirtió en alta traición, castigada con la muerte, desconocer la autoridad del Rey). Al Papa se le negaron todas las fuentes de ingresos monetarios.

Desde esos momentos hasta el día de hoy, todos los reyes de Inglaterra han mantenido la independencia de su Iglesia, ostentado el título de Gobernadores Supremos de la Iglesia de Inglaterra. La única excepción a toda esta línea de política protestante fue la del reinado de Maria I, la anteriormente desheredada hija de Catalina de Aragón, quien finalmente llegó al trono, casándose por poderes con su sobrino segundo el rey Felipe II de España. Su venganza contra los protestante fue despiadada, conociéndose en la historia de Inglaterra como Bloody Mary (la Sangrienta María).

Años y años de guerras de religión han pasado por Europa. Cuando a María I le sucede en el trono su hermanastra Isabel I, Inglaterra se une a los enfrentamientos a causa de la religión que se estaban llevando a cabo en Europa desde la Reforma Luterana. En siglos sucesivos han sido, la de los protestantes (anglicanos, luteranos, calvinistas...) y católicos, dos posiciones irreconciliables causantes de muchas víctimas.

Así, cuando desde el 16 al 19 de septiembre de 2010 tiene lugar la primera visita de Estado de un Papa al Reino Unido, se trata de un acontencimiento histórico dentro de su ámbito, porque ya, es obvio reconocer, el Papado no tiene ni sombra de poder del que ostentó en otros momentos de la historia. Además, los escándalos en los que está relacionada la Iglesia Católica en el Reino Unido, Irlanda y otros lugares del mundo. En cualquier caso, cuando se ve a Isabel II guiando entre los pasillos de palacio a Benedicto XVI, o a Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury (jefe espiritual de la Iglesia Anglicana) concelebrando con el Papa, uno no puede dejar de recordar la historia de luchas entre ambos entes y que tanta sangre derramó por esa causa, entre terrenal y celestial.

Que digo yo... que ya podían haber hecho este encuentro unos siglos antes... y eso que nos hubiéramos ahorrado.

1 comentario:

  1. Interesante artículo, que me induce a pensar algo sobre la Historia, más concretamente, sobre la importancia de los "a priori" pequeños detalles que vistos desde la lejanía y la frivolidad de nuestro tiempo, podrían parecer nimios y que sin duda, cambiaron a la postre el panorama no sólo religioso, sino cultural, social, político y económico de Inglaterra y Europa.

    Un saludo, Pedro.

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