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Una de las claves para explicar tanta diferencia entre ambas catástrofes, es la capacidad económica de Japón y Haití. Mientras que Japón (127.417.244 habitantes) es la 2ª economía del mundo (a punto de ser desplazada por China) con un PIB de 4.923.761.000.000 $ (para 2007), Haití (10.033.000 habitantes) es el 133º con un PIB de 6.952.000.000 $. Es decir, cada día Japón produce casi el doble de riqueza que Haití en todo un año. Tanta distancia en la renta de cada país proporciona a Japón la posibilidad de invertir grandes cantidades de dinero en estructuras que puedan mantenerse en pie tras los terremotos. En Haití, donde la renta per cápita es de 1.356 $ (la 158º del mundo) no se dispone de fondos suficiente, no sólo para programas de construcción anti-sísmicas, sino para dotar de viviendas dignas a la mayoría de la población.
El dinero no disminuye la categoría de un huracán o la magnitud de un terremoto, pero sí aminora sus efectos y contribuye a la superación y recuperación de la zona o estado afectado. En este punto, Haití no se basta a sí misma para superar la catástrofe. Tampoco se bastaba antes del seísmo. Esperemos que esta ayuda no sea flor de un día y los países pobres permanezcan en la agenda de la solidaridad de los ricos haya o no haya castástrofes naturales. Su pobreza es ya en sí misma, una catástrofe.