El 17 de enero de 1995 tuvo lugar un terremoto de 7,2 grados de magnitud en la escala de Richter, cuyo epicentro se encontraba a 20 km de la ciudad japonesa de Kobe. Dicho seísmo se cobró la vida de 6.434 personas y el coste económico se calculó en unos 3 billones de yenes, lo que suponía el 2,5% del PIB japonés en aquel momento. Además, Japón rechazó toda ayuda extranjera.
Casi 15 años después, el 12 de enero de 2010, todo el mundo conoce que en Haití ha habido un terremoto de 7 grados de magnitud en la escala de Richter con epicentro a 15 km de Puerto Príncipe, la capital del país. A día de hoy no existe un número definitivo de víctimas mortales, aunque el gobierno haitiano ya ha confirmado el recuento de 115.000 cadáveres, con lo que es de esperar que la cifra aumente.
Una de las claves para explicar tanta diferencia entre ambas catástrofes, es la capacidad económica de Japón y Haití. Mientras que Japón (127.417.244 habitantes) es la 2ª economía del mundo (a punto de ser desplazada por China) con un PIB de 4.923.761.000.000 $ (para 2007), Haití (10.033.000 habitantes) es el 133º con un PIB de 6.952.000.000 $. Es decir, cada día Japón produce casi el doble de riqueza que Haití en todo un año. Tanta distancia en la renta de cada país proporciona a Japón la posibilidad de invertir grandes cantidades de dinero en estructuras que puedan mantenerse en pie tras los terremotos. En Haití, donde la renta per cápita es de 1.356 $ (la 158º del mundo) no se dispone de fondos suficiente, no sólo para programas de construcción anti-sísmicas, sino para dotar de viviendas dignas a la mayoría de la población.
El dinero no disminuye la categoría de un huracán o la magnitud de un terremoto, pero sí aminora sus efectos y contribuye a la superación y recuperación de la zona o estado afectado. En este punto, Haití no se basta a sí misma para superar la catástrofe. Tampoco se bastaba antes del seísmo. Esperemos que esta ayuda no sea flor de un día y los países pobres permanezcan en la agenda de la solidaridad de los ricos haya o no haya castástrofes naturales. Su pobreza es ya en sí misma, una catástrofe.
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